n papá que cena con un vaso de agua para que sus hijos no vayan con el estómago vacío al colegio no solo expresa amor en colores primarios, sino un acto instintivo de supervivencia de la especie humana. “Yo agarraría todo lo que se está gastando el gobierno en los CLAP y lo metería ya en maternidades y hospitales públicos. Lo poco que se tiene hay que focalizarlo en cuatro sectores críticos: 1) Niños en sus primeros 1.000 días, lo que incluye los 9 meses de gestación y los 2 primeros años; 2) Mujeres embarazadas; 3) Pacientes; y 4 Tercera edad y todas las personas que no pueden procurarse comida por sí mismas. Usando las palabras de Nicolás Maduro, se necesita una acupuntura de recursos. No es lo que se está haciendo con los CLAP: se te acaban las bolsas patriotas y no tienes idea de cuánta de la población crítica quedó por fuera del reparto”.
La que así habla no es la típica especialista simpatizante de la oposición. Susana Raffalli, una de las nutricionistas venezolanas con mayor experiencia en catástrofes humanitarias en otras partes del planeta, asegura que ha estudiado a fondo el pensamiento alimentario de Hugo Chávez y que en el pasado trabajó codo a codo con el actual vicepresidente Aristóbulo Istúriz en emergencias por inundaciones. Las cifras no oficiales que maneja han decretado en su propia personalidad insumisa un estado de conmoción: 12% de los venezolanos en las ciudades está padeciendo hoy desnutrición crónica, lo que aumenta a 19% en la periferia urbana y a 30% en la población rural.
“Lo que más estremece a un nutricionista es ver a un niño retaco, porque esa talla pequeña apenas es la expresión externa de un profundo deterioro físico e intelectual que casi nunca se regresa. Un niño malnutrido va a formar después un hogar pobre y cerrará un círculo. Ese niño va a votar por un presidente populista, por un proyecto político que maneje los alimentos con criterio electoral o mercantilista”, sentencia Raffalli.
Los del hambre nunca son juegos. En Relato de un náufrago, Gabriel García Márquez echó el cuento de un marinero que pasó 10 días en una balsa sin comer ni beber y tampoco tuvo tripas para zamparse una gaviota que se le deshizo en las manos. Leopoldo López aguantó un mes en huelga de hambre (con ayuda de Gatorade, que oficialmente está permitido en esa modalidad de protesta) y vivió para contarlo, mientras que Franklin Brito emprendió un viaje sin retorno a los abismos de la resistencia humana. En general, la gente grande aguantamos un mes a punta de mango si es preciso. Otra cosa es pedirnos que activemos los 14 motores productivos cuando estamos en modo ahorro.
Pero las consecuencias son radicalmente diferentes en niños, sobre todo cuando se les retira la proteína animal (leche, carne, pollo, pescado, huevos), esencial para el crecimiento de huesos, músculos, tejidos corporales y también el cerebro.
Esto es lo que dijeron algunos de los expertos consultados acerca de los efectos científicos y verificables de alimentarse poco y mal de manera prolongada en el tiempo. En general, ponen énfasis en que la delgadez o la gordura son relativamente insignificantes: un obeso, que solo está comiendo harinas, pasta y arroz, tampoco es nutricionalmente eficiente, y eso hay que decírselo muchas veces al presidente Maduro.
Hambre en menores y embarazadas
En realidad deben ser vistos como una unidad: la población más crítica de un país, en términos de futuro, es el binomio que forma una embarazada y el bebé que parirá e idealmente debería nutrirse de leche materna durante sus dos primeros años.
“Es el período de crecimiento más rápido de un ser humano: los primeros 1.000 días de vida, incluyendo los 9 meses de embarazo. Lo que no quiere decir que la desnutrición no afecte a un niño de 10 años, pero en general le afecta menos que a un bebé. En general, somos mucho más vulnerables antes de los 5 años de edad”, ratifica Mercedes “Checheta” López de Blanco, una de las pediatras más destacadas del país y colaboradora de la Fundación Bengoa, ONG que en años recientes ha difundido las investigaciones independientes más completas acerca de las estadísticas de desnutrición que no le conviene revelar a la revolución. Se calcula que el consumo de proteína animal, por ejemplo, ha decaído 40% en los dos últimos años en Venezuela, lo que probablemente es generoso con el actual pico crítico de escasez de alimentos.
“Detrás de un niño aparentemente perezoso, callado, tranquilo e inactivo,
generalmente habrá un niño que repetirá materias o desertará de la escuela. Son los más ignorantes de la clase. No pueden competir con los demás. Un niño que se duerme en clase está desnutrido hasta que se demuestre lo contrario”, diagnostica la pediatra López. “Las dietas de desastres se enfocan en lactantes porque la desnutrición tiene un efecto acumulativo. Más allá de que sea un niño chiquito, se compromete su función cognitiva y su neuroplasticidad, es decir, la capacidad de su cerebro para el pensamiento abstracto y la toma de decisiones superiores”, alerta Enrique Montbrun, director de Salud Baruta.
Sorprendentemente, no se ha establecido relación concluyente entre el hambre de una mamá y la calidad de la leche que sale de sus pechos: en teoría, todo lo que necesita la fábrica del alimento más perfecto de la naturaleza es agua. Hasta cierto punto, claro. “La leche materna es el líquido más dinámico del mundo. Su valor nutricional se modifica dependiendo sobre todo del estado del lactante. Mientras más desnutrido, mas densa nutricionalmente es la leche que produce la mamá. Por mucha hambre que la madre tenga, la leche mantendrá valor nutricional, pero a expensas del agotamiento de sus reservas. Si la mamá llega a un extremo de delgadez o deshidratación, también su leche comenzará a empobrecerse”, apunta Susana Raffalli.
Raffalli admite que la recomendación de priorizar la lactancia materna durante los dos primeros años se estrella contra la realidad social. “En 60% de los casos el hogar es monoparental, es decir, la mamá está sola, a veces tiene cuatro muchachos encima, el rancho se le está cayendo y debe salir a ganarse la vida. No solo es un asunto de no tener tiempo para la lactancia, sino de estrés. Es una de esas situaciones en las que los nutricionistas a veces sentimos que tiramos la toalla”. La nutricionista toma aire y deja algunas cifras para la reflexión:
Un niño desnutrido de una madre desnutrida, paradójicamente, será un adulto con 30% más de riesgo de sufrir obesidad, hipertensión y cardiopatía
Un niño desnutrido en sus primeros 2 años de vida tendrá 10 veces menos probabilidad de sobrevivir a las enfermedades prevalentes en la infancia
Un niño desnutrida tiene 5 veces menos probabilidad de completar su trayectoria escolar
Una niña desnutrida tiene 40% más probabilidades de ser la futura madre de una niña que no llegará a los 5 años
Los adultos que en su infancia fueron desnutridos percibirán 20% menos ingresos que los niños bien alimentados
La educación nutricional debe basarse en la realidad práctica, más que eslóganes prefabricados tipo “agarra dato, come sano”. Para compensar el descenso del hierro que viene en la proteína animal y prevenir la anemia, por ejemplo, se puede recurrir a granos y vegetales verdes, acompañados de un cítrico como la mandarina. Aunque el hierro vegetal es menos eficiente que el animal, su valor aumenta 200 veces cuando se acompaña con una fuente natural de vitamina C.
Hambre en adultos
Una cosa es Leopoldo López en huelga de hambre (desnutrición aguda o privación total de alimentos, que lleva a la muerte entre 8 y 20 semanas después) y otra un adulto que solo come mango, plátano o pasta (desnutrición crónica o de “muerte lenta”), aclara Enrique Montbrun. Pero en ambos casos, la torre de control del organismo hace negociaciones internas al estilo de la película Intensamente y coloca prioridades: lo primero es obtener energía (calorías) para mantener las funciones primordiales, sobre todo la respiración, la circulación de la sangre y la actividad cerebral.
Cada día que se va pasando sin las cantidades requeridas de proteínas, ciertos minerales (sobre todo sodio, cloro y potasio, y luego calcio, magnesio y cinc) y vitaminas, se va acumulando un déficit. Si no te llegan las proteínas por el sistema digestivo, por ejemplo, tu cuerpo las extrae de los músculos menos esenciales y luego del sistema inmunológico. Es decir, quedas más débil y expuesto a enfermedades.
“El adulto no se va a volver bruto porque ya su cerebro está formado, pero si le quitas todas las fuentes de vitamina A, por ejemplo la leche y los vegetales, a largo plazo tendrá problemas visuales e incluso ceguera. Si eliminas la vitamina C, escorbuto, enfermedad que creíamos erradicada y de la que ya se están reportando algunos casos en Venezuela. Si suprimes vitamina B y el hierro, cuyas principales fuentes son de origen animal, anemia y fatiga”, indica Montbrun.
“Los adultos podemos adelgazar mucho y ponernos un poco anémicos, pero en general vamos a sobrevivir. Cuando ocurrió el Período Especial en Cuba, a comienzos de los años 90, me tocó ver a colegas de ese país que parecían cadáveres ambulantes, con una conjuntivitis espantosa. Observas pasividad, angustia y tristeza, que en realidad son expresiones de depresión clínica.
El ser humano simplemente no puede subsistir de manera sana en el tiempo con dos o menos comidas diarias”, narra Checheta López.
“Un adulto que solo come carbohidratos como pasta, no hace ejercicios y carece de medicamentos, probablemente se convertirá en diabético e hipertenso y no podrá insertarse en el mercado laboral. Un adulto mayor deteriorado, fatigado y débil tampoco podrá transmitir a otras generaciones la excelencia que ha acumulado y cerrar exitosamente su ciclo de vida.
Los carbohidratos no son malos, los necesitamos como fuente de energía, lo que es malo es comer solo carbohidratos y eliminar las proteínas y vegetales. El mango de hilacha tiene fibra. El plátano y los bananos en general poseen cualidades antidepresivas. Pero si solo comes mango y plátano o en general siempre comes lo mismo, tarde o temprano vas a desarrollar patologías, por ejemplo las enfermedades malignas del colon”, concluye la doctora Marianella Herrera, integrante de la Fundación Bengoa y del Observatorio Venezolano de la Salud.
“Probablemente estamos rodeados de adultos anémicos, que es algo que se aprecia a simple vista y forma parte de las manifestaciones de la denominada ‘hambre oculta’. En Cuba había adultos que solo comían plátano. La gente se empezó a quedar ciega, se pensó que era un brote de toxoplasmosis pero en realidad se trataba del viejo y simple beriberi, por ausencia de vitamina B. La productividad de un adulto va a disminuir entre 20% y 30%, sobre todo en términos intelectuales, porque pensar requiere mucha energía”, agrega Susana Raffalli. El aplauso del CLAP va por dentro.
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